Podríamos entender intuitivamente
que un millón de dólares en propiedad de una sola persona podría llamarse
“riqueza”. A partir de esa “riqueza” se podría generar un depósito en el
sistema bancario que financie préstamos para la actividad productiva o para el
consumo, podría generarse inversiones en el mercado de capitales para financiar
directamente a empresas que emitan acciones o títulos de deuda, podría crearse
una nueva empresa, entre otras alternativas, y todo esto podría generar más
actividad económica y nuevos empleos.
En cambio, este millón de dólares
distribuidos en un millón de personas es solo un dólar por persona que apenas
puede alcanzarle para alimentarse un día o para un par de alfajores, y luego no
queda nada más.
Lo que llamamos “riqueza”, en
términos de la economía, es “acumulación”, acumulación de “propiedades”, para
lo cual es necesario que exista un régimen de propiedad privada. La acumulación
puede suceder en el término de la vida de una persona o ser intergeneracional a
través de la herencia de propiedades.
Para que un país tenga “riqueza”,
tiene que tener personas o familias “ricas”, no existe otra posibilidad. En los
países desarrollados la riqueza contribuye a generar nueva riqueza,
principalmente a través de estos mecanismos: sistema financiero, mercado de
capitales, fondos de inversión. La existencia y funcionamiento de estos
mecanismos es lo que hace que la riqueza pueda generar más riqueza (o más
ricos).
El Estado no puede hacer
absolutamente nada para generar riqueza. Si a través de algún mecanismo logra
“expropiar” parte de la riqueza de algunos de sus ciudadanos, no tiene
medios legales para transformar a otra persona en un nuevo “rico”, lo cual
sería en la práctica una especie de “robo”.
Por lo cual lo único que logra el
Estado a través de la expropiación de riqueza es destruirla, no redistribuirla.
La riqueza, por su propia característica de “acumulación”, se crea o se
destruye, no se redistribuye.
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